¿Nunca te has preguntado el por qué del color de mi cabello?
¿Por qué nací de un lirio ensangrentado?
Escúchame bien, represento la fertilidad, lo contrario al hombre, la madurez, la perfección, el pecado. En todo mi cuerpo está señalado el destino. ¿Acaso no lo ves?
Había pasado ya bastante tiempo desde mi llegada. Todos formábamos una gran familia y la paz y la armonía se había restaurado. Me había convertido en una Diosa para ellos. Parecían mis súbditos, me rendían culto. A todo esto, un fuerte vínculo se había originado entre mi salvador y yo. Tanto ellos como yo habíamos aprendido mucho. Adquirí un conocimiento superior a los de ellos. Todo parecía perfecto y me sentí, por primera y única vez, feliz de verdad.
Una noche, el más apuesto y caballeroso de todos los hombres, el inmortal, me citó para vernos en el bosque. En lo más profundo, después del anochecer. Me dirigí curiosa al lugar y lo que me encontré fue un pequeño lago con una catarata de unos seis metros de altura. El hermoso y oscuro paisaje se vio pronto iluminado por miles de velas por doquier. Sin duda alguna, una hermosura de lugar. No podía dejar de observarlo. De repente, unas manos me cegaron. Al girarme le vi a él. Suspiré aliviada.
Ni me imaginaba lo que iba a pasar...
Aquella noche se convirtió en la noche más feliz de mi vida, de mi corta vida. Juraría que era la más romántica que había vivido. Un sentimiento pasional se apoderó de mí. Creo que lo denominaban amor. No podía evitar estremecerme con cada una de las palabras que brotaban de su boca. Algo se removía en mis entrañas. Deseo. Atracción por doquier. Me sentía feliz. Pero lo mejor de todo era que aquel sentimiento era recíproco. Era nuestro destino encontrarnos. Enamorarnos. Gracias a mí, toda la maldad en él se disipó.
No podía estar más errada.
Una vez más, nuestros cuerpos se unieron en uno sólo...
El agua estaba caliente. El vapor me transmitía paz y serenidad. Nada podía empeorar las cosas. Entonces él depositó sobre mis desnudos hombros, con el más delicado de los cuidados, su larga gabardina negra. Aún siento el calor que desprendía esa prenda cada vez que me acariciaba el hombro. Me sentía protegida.
Le sonreí. Él a mí. Armonía. Entonces sus tentadores labios se acercaron a mis oídos y susurró mi nombre. Me estremecí como nunca antes lo había hecho. Su mano acarició mi cabello ensangrentado. No dejaba de hablar en poesía. Me hipnotizaba por completo. Mi salvador era un ser perfecto... pero no más que yo.
Mi sonrojado rostro se reflejaba en sus verdes ojos envidia. Me levantó de las frías rocas y él se arrodilló ante mí. Sí, era lo que parecía. Se declaró con ternura y poesía. Volvió a jurarme eterno amor. Quería que yo fuera su fiel compañera. Con sutileza y elegancia me propuso. Era tan hermoso él...
Y sin pensarmelo dos veces, acepté atarme con él para siempre. Iba a ser maravilloso poder gobernar juntos el imperio que habíamos creado...
Todo era perfecto hasta el día de la unión.