» La agridulce melodía del recuerdo.

Sí, la escucho. Aquella melodía que hechizó mi corazón y capturó mi esencia. Aún la escucho. Cuando todo parece estar en silencio, la escucho. Y me trae recuerdos. A veces buenos y a veces malos. Porque las voces han cesado, pero no la música. Por mucho que intente olvidar, por mucho que intente silenciar esa melodía, no puedo. Es algo superior a mí. Es una melodía que tengo grabado a fuego en mi memoria. Y cuando cierro los ojos la veo, soy capaz de percibir su alma y poder trasladare a aquel lugar... ese lugar que jamás debí pisar. Ese lugar manchado de sangre y lleno de pecado.

¿Y qué sería de mí si no la escuchara? Imposible perder más la cordura. Pero es que yo soy perfecta a pesar de ser pecadora o incluso el mismo pecado. Y las voces forman parte de mí. Se han convertido en parte de mi esencia. Como si de una conciencia se tratara. Y es que tampoco logro silenciarla. Estos dolores de cabeza dejan de existir cuando oigo a lo lejos la melodía. Cierro los ojos y es entonces cuando soy capaz de encontrar un poco de paz. Un lugar de paz y armonía donde el tormento no es capaz de encontrarme. Sin embargo, cuando vuelvo a abrir los ojos me encuentro las manos llenas de sangre. De mí sangre posiblemente, o puede que la de ellos también. 

Contemplando mi reflejo ante el espejo reflexiono y cuestiono sobre la veracidad de mi existencia. ¿Y si no existiera nada más? ¿Y si vivo una mentira? ¿Y si nada es real y sólo mi subconsciente ha logrado sobrevivir a mi fatal tortura? Cada vez que oigo la melodía nuevas preguntas se van originando en mi cabeza. Cada vez que intento distinguir la realidad de la ficción mi mente se nubla. Hay ocasiones en las que creo firmemente que jamás podré salir de aquí, que jamás podré ir más allá del Edén. Ya no puedo despertar del sueño eterno. Sólo la música es mi guía. Por mucho que acaricie la caja de Pandora, la caja de música, no podré obtener respuestas.

Preguntas, preguntas, preguntas.

Y aún la oigo. No las voces, sino la melodía. De manera que esta intenta que me acuerde de todos los detalles para encontrar resuestas a mis preguntas. Y de este modo parece que mi cabeza va a explotar. Son simples espejismo. La realidad es muy distinta, pues aunque cuando estoy apunto de descubrir la verdad, una fuerza mayor me arrastra hacia atrás y hace que caiga al vacío.  Me duele, me hierve. Y nada puedo hacer excepto cuestionarlo todo y retorcerme de dolor por mis propias dudas. Así pues, ¿es acaso esta melodía, esta música, una trampa? ¿Sería capaz de poner fin a mi eterno sufrimiento?

Preguntas, preguntas, preguntas.

Y no hay nada más. Tarareo la melodía, pero las voces no me acompañan en el coro. A veces, y aunque sé que no necesito a nadie, me siento profundamente sola. La nturaleza me castiga por mis lujuriosos pecados. Y me siento sola. Mi única acompañante de verdad es esa caja de música. Es esa melodía que me llama, que me atrapa, que me hechiza. Y no hay nada más. Recuerdos que se disipan. Recuerdos que florecen en el muerto corazón para que sepamos todo esto es un juego. Porque por mucho que intente barajar todas las posibilidades, nunca se me van a mostrar las cartas de la victoria encima de esa mesa de cristal manchada de sangre. ¿Es que es esto el fin del juego? Ni si quiera las piezas del ajedrez quieren moverse... Melodía, melodía. Siempre conmigo, siempre susurrándome. Mi única amiga, mi agridulce compañera. Siempre eterna.

Aparta. No me toques. No me acaricies.

 No me beses ni me tomes. Déjame cantar.
Déjame recordar y buscar respuestas entre la oscuridad.