» Confesiones arrojadas al fuego (1º PARTE)

Muchas han sido las veces en las que te he dicho que te odio. Muchas han sido las veces en las que te he dicho que no quiero estar a tu lado. Me repudia tu mirada. Me repudia tu olor. Me repudia tu voz pronunciando mi nombre. Te odio, y lo sabes, eres muy consciente de ello. Y aún así, aquí estoy, acercándome a ti como si mi vida dependiera de ello. Eres como una droga para mí, tú mismo me lo has dicho innumerables veces. Eres mi debilidad. Eres mi pesadilla todas las noches. Eres la razón por la que mi corazón late deprisa todas las noches al pensar en ti cuando estás ausente. Es muy embarazoso admitir todas estas palabras. Es horrible para mí tener que escribir todo aquello que se oculta dentro de mí. Cartas. Son cartas que escribo bien cerrada la noche, dónde no puedas verme. Son cartas que jamás verán la luz. Las arrojaré con ira al fuego para que todo lo que sienta de destruya, se oculte para siempre.


Te odio. Te detesto. No quiero mantener más contacto visual y físico contigo. Pero aún así... soy yo la que siempre te busca en las sombras. Soy yo la que sigue adentrándose en lo más profundo del jardín del Edén para encontrarte y estrecharte la mano. Es contradictorio, lo sé, pero así funciona la cabeza de una demente. Los delirios me consumen poco a poco y el paraíso me castiga por sentir todo aquello que no debería... Intruso... maldito intruso. ¿Por qué debiste abrir la puerta? ¿Cómo osaste entrar en este territorio sagrado? ¡Te odio, te odio, te odio, te odio! Y a pesar de todo ese odio, sabes muy a mi pesar... que te deseo con locura. Es muy vergonzoso darme cuenta ahora de este pequeño secreto. Es horrible. Es algo prohibido que jamás debe de salir a la luz. 

No. No quiero estar a tu lado. No quiero volver a caer en la tentación. No quiero que me mires. No quiero que vuelvas a tocarme. No, jamás, nunca más. Eso es lo que me dice lo poco que queda de mi cuerda mente, la razón. Maldigo el día en el que pisaste estas tierras. Maldigo el día en el que te atreviste a ponerme la mano encima. Maldigo el día en el que caí por primera vez en tu juego. Eres veneno, puro veneno. Sólo tú podías conseguir sacar toda la rabia y el odio que llevo dentro de mí. Deja de mirarme, Deja de susurrarme palabras de lujuria al oído. Deja de oler mi cabello. No quiero volver a verte. No quiero volver a sentir tu piel junto a la mía. Eres mi pesadilla, intruso.

 Miro cómo las llamas van destruyendo poco a poco las pruebas de mi confesión. Una confesión que jamás escucharás salir de mi boca y que jamás conseguirás leer de mi puño y letra. Miles de palabras se han quedado en el tintero. Palabras las cuales espero que jamás tenga que volver a escribir. Mis ojos están llenas de lágrimas, pues esta rabia que estoy sintiendo ahora mismo es superior a mí. Una fuerza descomunal gira a mi alrededor. El jardín del Edén está cambiando y con ello mis emociones. Mi corazón se encuentra en una encrucijada que se contradice y que no sabe qué hacer. Ayuda no puedo buscar, pues eso supondría tener que revelar este oscuro secreto... Y bien sabes, intruso, que eso no lo puedo permitir.

Me consumo... muy poco a poco me voy consumiendo. ¿Por qué? ¿Tanto me cuesta esconder lo que siento? Así lo parece. ¿Qué podría pasar si vuelvo a abrir la caja de Pandora? Creo que esa respuesta sí la conozco. Volveré a sufrir. Volveré a ser traicionada. Me apuñalaran y me darán nuevamente muerte. El caos invadirá el jardín del Edén y con eso la destrucción llegará a cada rincón de este elíseo. No puedo escapar. No puedo despertar de la pesadilla. Eres odio, intruso. Me haces sentir débil y lo odio con todas mis fuerzas. Veneno. Veneno pasional. Sí, eso eso, eso es exactamente lo que eres... Y lo odio y a su vez siento una profunda atracción. Maldita sea... ¿Qué es lo que debo de hacer yo ahora?

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¿Confesarás tu pecado, intruso?