» Porque quien avisa no es traidor.

He perdido las ganas de vivir en este mundo. He perdido las ganas de continuar hacia adelante. ¿El por qué? Te preguntarás. Porque me encuentro perdida, muy perdida. Me encuentro perdida en mis propios pensamientos. Me encuentro atrapada en mi propia prisión de ilusiones y placeres prohibidos. Me encuentro descontrolada, sin rumbo. El dolor ha sido siempre muy grande y hasta ahora he sabido sobrellevarlo con constancia y fuerza de voluntad. Pero todos esos sentimientos se han desvanecido de mi cuerpo y mi mente se ha nublado por completo. Así es, he logrado sobrevivir... hasta ahora. He sido una luchadora... hasta ahora. Me he mantenido firme... hasta ahora.

Pero se acabó.

Ya no quiero derramar más lágrimas. Ya no quiero preocuparme por nada ni nadie. He dejado de confiar, incluso de mí misma. He dejado que la llama se ahogue dentro de mí. Y me da igual, pues ya no soy capaz de sentir absolutamente nada. Ya no soy capaz de mirar al frente con aquella mirada penetrante que tanto me caracterizaba. Ya no soy yo. La angustia me ha estado atormentando todo este tiempo y ha llegado la hora de decir basta.

Ahora mismo me encuentro sin palabras. Siento que soy incapaz de expresar todo lo que está sucediendo dentro de mi cabeza. Una lucha interna que jamás cesará. Y aunque parezca que la batalla está ganada, vuelve nuevamente la inseguridad a recordarme el por qué de mi fracaso. Sí, así es cómo me siento, fracasada. Soy un ser sin alma, con un corazón marchito lleno de cicatrices al que ya nada le importa. Da igual cuántas veces pronuncies mi nombre y cuántas veces llores por mí, no acudiré a tu llamada pues ni siento ni padezco. Esto se ha acabado.

Tiempo atrás luchaba constantemente para negar lo evidente, pero ya es imposible ocultarlo: he perdido la pasión. He perdido la pasión por este lugar, por todo lo que me rodea, por ti y por mí. Ya no me reconozco. Estoy tan perdida que lo único de lo que soy consciente es de lo negro que es la oscuridad absoluta en la que me estoy adentrando. Y me da igual. Mi actitud es completamente indiferente ante esta situación. No me preocupa lo más mínimo. Y es más, posiblemente acoja dichosa ese sendero que me conducirá hasta la perdición. 

Posiblemente esto sea una sorpresa para ti. Posiblemente te encuentres ante la confesión más verdadera. Y posiblemente esto ni si quiera sea un delirio, sino una realidad. Esto es una verdad. Este es el testimonio más real y cuerdo que he podido formular desde que llegué aquí. Así pues, es hora de sincerarme. Es hora de afrontar la verdadera realidad. Este juego está apunto de acabarse, aunque no sé cómo...

Ahora eres tú quién derrama lágrimas. Pero no me importa. El viento susurra mi nombre. Pero no le hago caso. Los rayos de sol que solían acariciar mi rostro ahora me queman. La fina hierba que se encuentra debajo de mis pies comienzan a atraparme. Poco a poco me voy abriendo al vacío, pues es hora de asimilar mi destino. Es hora de decirle adiós a todo lo que he conocido y todo lo que creí sentir por dentro.

He perdido las ganas de vivir en este mundo. He perdido las ganas de continuar hacia adelante. He perdido la pasión por seguir descubriendo qué hay más allá de los horizontes del jardín del Edén. Me muestro indiferente y vacía ante ti y ante todo lo que me rodea. ¿Qué es lo que me ha sucedido? Ya no me importa saberlo. ¿Para qué?  Ya nada tiene un sentido verdadero para mí. Tiempo atrás llegué a avisarte de que tarde o temprano esto podría ocurrir si continuabas jugando con mi mente de esa manera tan cruel y sin piedad. Y al fin, ha ocurrido. Porque recuerda, intruso, quien avisa no es traidor.

Confesadas mis últimas palabras, ¿cuál será tu siguiente movimiento?